Y como remate del viaje esclarecimos el fraude de los
niños del Llullaillaco.
El concepto fue de Marlú,
excelente idea como tantas otras. Ella había leído en el diario que en San Luis
acababan de inaugurar un pueblo para los aborígenes, descendientes de aquellos
bravos naturales que Lucio V. Mansilla había descrito en forma tan viva y brillante
en su libro “Una Excursión a los Indios Ranqueles”.
Puesto que nuestro plan de viaje
pasaba cerca de aquella comarca, decidimos hacer un desvío y destinar parte de
nuestro tiempo -y kilometraje- para conocer esta novedad.
El asunto es que el superior gobierno de la
provincia de San Luis había resuelto compensar a los descendientes de aquellas
tribus de guerreros pampeanos regalándoles tierras y hasta viviendas para que
pudiesen tener una subsistencia digna.
El proyecto no podía desde luego abarcar a
todos sino debía limitarse a un núcleo limitado. Retoños de los indios bravos,
hoy en buena parte integrados a la sociedad moderna, que viven en Villa
Mercedes y otras localidades del Sur de Córdoba, La Pampa y San Luis realizando
trabajos sencillos.
Se eligieron 22 familias para quienes se
construyeron dos pueblos con una docena de viviendas cada uno, viviendas no
solo ultramodernas sino además equipadas con todo confort: poseen heladera,
microondas, calefón, cocina, gas y corriente eléctrica, hasta Direct TV y WiFi.
No solo eso: en un verdadero acierto
arquitectónico cada casa está realizada al estilo de las tiendas de los antepasados:
un cubículo resguardado por losas inclinadas simulando un toldo de aquellos,
con caños que sobresalen como lanzas o estacas de bambú al estilo de las
viviendas temporales que los naturales solían levantar en la vecindad de las
aguadas pampeanas.
Estas losas ladeadas imitando por su forma
cueros de guanacos hacen las veces de protectores contra el Sol abrasador en
esas llanuras carentes de arboledas. Todo está decorado con históricos motivos
mapuches, parientes de los ranqueles.
Los dos pueblitos separados por pocos cientos
de metros de distancia cuentan además con una moderna escuela donde domina la compu que cada chico posee. Hay una sede
social y también se dispone de un hospital equipado, donde médicos atienden
varias veces por semana.
El emprendimiento Rankül (pronúnciese
Ranquiel) con los dos pueblitos se encuentra no lejos de una lagunilla llamada La Isla, un centenar de
kilómetros al SSO de Villa Mercedes y a 50 kilómetros de
Buena Esperanza, sobre una ruta de asfalto nueva e impecable. En el camino,
letreros van anunciando al curioso viajero Rankül, que está a corta distancia
del pavimento, con tranquera pero sin candado.
Iniciamos este viaje realizando al comienzo una nota en las célebres
minas de ónix de La Toma. Al
mediodía habíamos cumplido con nuestro relevamiento y seguimos en dirección a
Fraga sobre la autopista RN 7, para enfilar en dirección Sur por la RP 27. Camino recto y
suavemente ondulado, pastos y arbustos pero contados árboles, hasta llegar en
el Kilómetro 91 al cartel que marca el ingreso al asentamiento.
Ya el aspecto del conjunto de viviendas es una
sorpresa para cualquier forastero que llega. Uno cree entrar en una toldería de
antes. Se ha previsto que en cada pueblito una casa esté destinada para
visitantes, con colchones y ropa de cama de primera.
Los residentes no tienen que comprar sus hogares
sino que pagan un arancel, especie de hipoteca, además de tener la obligación
de mantener sus propiedades y cuidarlas. Oficialmente el poblado había sido
habilitado en mayo de 2009, nosotros lo visitamos en noviembre.
En total hay unos 80 pobladores permanentes, y
los maestros acuden desde San Luis capital. Disponen de escasos recursos e
ingresos, pero sí tienen entradas porque el asentamiento abarca en total unas 70.000 hectáreas de
tierras feraces que se alquilan a ganaderos de la comarca para invernada o
veranada de su hacienda bovina. Un plan muy bien pensado.
Realizamos este viaje de exploración turística
Marlú, el colega periodista Oscar Fernández Real y el autor de estas líneas.
Los tres fuimos recibidos con cordialidad por
las autoridades, que se componen del Lonco o general, veterano de Malvinas, y la Maki o bruja-curandera. Como
la aldea había sido inaugurada hacía poco tiempo, nosotros éramos los primeros
visitantes y, para mejor, periodistas. Nos alojaron con todo confort,
calefacción incluida, en una casa que estrenamos. En la cocina Marlú elaboró
una cena que disfrutamos no solo porque teníamos hambre sino porque realmente
era rica.
Se había hecho noche. Ya habíamos charlado con
el Lonco, y al salir de la casa nos sorprendió un firmamento que llegaba hasta
el horizonte y estaba cuajado de millones de diamantes rutilantes. Algunos
ruidos provenían de los caballos que andaban pastando en las cercanías, lo
demás: un silencio que se podía “oír”.
Por hallarse en pleno despoblado pampeano, no
hay servicios. El almacén más próximo se encuentra en Batavia, a 22 kilómetros, mucha
distancia para comprar yerba y azúcar; la oficina de correos de este pueblo que
aún carece de código postal funciona en Fraga.
Existe cierta rivalidad, pero a nivel amigable,
de quiénes son los descendientes más directos, es decir los ranqueles más puros.
Sucedió que el joven Eduardo que gentilmente hizo de valet y mayordomo para
nosotros, es el poblador de linaje más genuino. Y realmente su piel color
bronce deja ver que proviene de aquellos hijos del desierto.
El tipo de construcción de las viviendas
resultó incluso práctico para nosotros para guardar el auto de noche bajo un
cobertizo. Era un Fiat Punto Diesel JTD que Fiat Argentina había puesto a
nuestra disposición, con fines de test de evaluación. El coche resultó una
sorpresa positiva: no obstante su motor de reducida cilindrada genera potencia
suficiente para mantener en ruta una velocidad de crucero entre 140 y 150 Km./h, ofreciendo mucho
confort, excelente andar y maniobrabilidad óptima. Pero lo que nos pasmó fue su
consumo: en el viaje de regreso a Buenos Aires por las Rutas 188 y 7, desde la
última carga de combustible en Realicó en el Kilómetro 600 desde Buenos Aires,
gastó apenas 30 litros.
En buen romance: cinco litros por cada centenar de kilómetros recorridos, que
es un valor a todas luces notable.
El fraude de las momias
Al regreso del viaje me aguardaba aún otra
faena. En casa había recibido en nuestra ausencia varios documentos largamente
esperados que me permitían corroborar un asunto que desde hacía algún tiempo
había venido sospechando e investigando: un amigo me confirmaba que la historia
de las momias halladas en un rellano bajo la cima del Llullaillaco, en Salta,
era en rigor un gigantesco fraude. Que los párvulos habían sido descubiertos
tiempo antes por el montañista tucumano Orlando Bravo en una ladera del volcán
y que el escalador yanqui Johan Reinhard con la asistencia de varios ayudantes,
entre ellos la joven escaladora argentina Constanza Ceruti, habían retirado los
cadáveres de su enterratorio primitivo para llevarlos hasta la cumbre, simular pour la galerie su “hallazgo” y armar de
esta forma la farsa del “sepulcro más alto del mundo” a fin de vender la
historieta por buen dinero a algunas de las revistas de más renombre internacional (National
Geographic Magazine, TIME) que, ingenuos, cayeron en la trampa.
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Oscar entrevistando el Lonco o jefe de la tribu, delante
de la
reproducción de una famosa tela llamada La Vuelta del Malón
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Cartel indicador
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El puma es de las pocas bestias temidas
en la soledad de la Pampa; Marlú y Federico
como supuestos cazadores furtivos
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Eduardo, el ranquel de más puro linaje
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Marlú en la modernísima cocina
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Federico y Marlú frente a la casa de huéspedes
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Una de las viviendas donde los cobertizos para dar sombra
pretenden recordar
los cueros que servían para armar los toldos, con un
bagual pastando.
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La Maki y el Lonco
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Tranquera de entrada al complejo Ranquel
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Despedida de Rankül
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El conocido montanista
alemán Hans Siebenhaar en una ascensión reciente al Llullaillaco |