Las historias de los tapados, con variantes, se
asemejan todas. No en vano cavaron en las ruinas jesuíticas de Santa Ana
(Misiones) y otras en procura del ubicuo tesoro de los discípulos de San
Ignacio de Loyola. Por algo hicieron también el gran corte para desaguar la Laguna Leandro , en
Humahuaca. De la Laguna
del Tesoro en Tucumán se dice lo mismo: una zanja que habrían cavado para bajar
el nivel, y así por el estilo. Las ruinas de Batungasta, a medio camino entre
Tinogasta y Fiambalá sobre el río de la Troya , estaban casi intactas cuando pasamos por
allí en los años ’50, pero después los sempiternos buscadores terminaron
derribando los muros porque “buscando el tapado un viernes santo” es posible
encontrarlo.
Dos
curiosos caminando hacia
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La mayoría de estas historias son dramáticas. Algunas otras, graciosas o tragicómicas. Como esta de
Algunas de las referencias que consigno no
coinciden exactamente con la realidad porque varios de los protagonistas aún
viven.
Sucede que a un pueblito puneño arriba un buen día
un forastero para radicarse en forma temporaria. En este caso, es el nuevo
subcomisario.
El uniformado va conociendo los habitantes, sus
ocupaciones, sus costumbres. Sus vicios
también. Al poco tiempo y merced a su sagacidad profesional le llama la
atención uno de los pobladores, taciturno, con ninguna ocupación conocida, de
poco trabajar y mucho caminar por la comarca y que de alguna manera logra vivir
sin agachar el lomo.
Prácticamente es el único paisano que, sin ser
rico, vive sin trabajar como los demás. El hombre de la gorra comienza a parar
las orejas y abrir los ojos para enfocar mejor a nuestro personaje. ¿De qué
vivirá? ¿De una herencia, tal vez?
Improbable. ¿O acaso de un filón, una veta que conoce y explota
secretamente?
El gorra, sin otra ocupación en su oficina que la
de tomar mate y charlar con los vecinos, arma una estratagema para radiografiar
al sospechoso. Comienza a seguirlo en sus caminatas a los pueblos más próximos.
Caminatas que lo llevan por el Abra del Gallo a la próspera San Antonio de los
Cobres, la “ciudad luz” del altiplano central.
Nuestro personaje misterioso en sus largos viajes
cuesta arriba, cuesta abajo, trata de acortar camino, según observa el
uniformado. Por algo en el pueblo lo llaman Atajo.
Y durante estas jornadas suele desviarse de la
huella trillada y pasar al lado de una lagunilla alimentada mitad por una
vertiente, mitad por agua de deshielo. A unos 4550 metros de altura,
distante apenas 5000 pasos de lo alto del Abra del Gallo en dirección a S.A. de
los Cobres.
Allí nuestro personaje misterioso, descubre el
gorro, suele detenerse y tomar unos sorbos de agua levantada con la mano hueca,
para calmar la sed. Después de un pequeño descanso, continúa viaje.
En sí, nada sospechoso. Pero a veces el viandante
solitario desaparece del pueblo de noche. ¡Ajá!, viene a la lagunilla para
extraer algo de oro o lo que fuere de modo de tener para vivir por algún tiempo
sin laburar como un buey.
Nuestro humilde servidor del orden decide buscar y
encontrar el tesoro hundido. Toma un crédito, compra hachas, palas, picos,
alambre tejido fino para tamizar, tablones, clavos, en fin: todo el
equipamiento necesario para rescatar la bonanza. Conchaba peones y pone manos a
la obra para excavar una canaleta y bajar el nivel de espejo ácueo. Un trabajo
que demanda varias semanas en condiciones como solo se dan entre cuatro y cinco
kilómetros sobre el océano.
Detalle
de la trinchera que se practicó con el propósito de desaguar
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Por fin se ha progresado lo suficiente como para
que el nivel descienda. No logran vaciar el estanque del todo porque eso
significaría demasiado esfuerzo en el terreno. Pero algo logran disminuir el
espejo. A simple vista no aparece nada del ansiado tesoro.
Comienzan a vadear en el agua buscando con los pies las
presuntas pepitas que seguramente yacen en el fondo. Pero nada, nada y nada.
Los gastos fueron grandes. Los peones reclaman los
jornales, pero el empresario ha desembolsado todo para la adquisición de las
herramientas de trabajo. En el pueblo se invierte la situación: ahora no es el
gorra el que caza malvivientes, sino los pobladores que lo acosan a él
solicitando que les pague lo que debe.
La situación pronto se torna insostenible y el
buscador buscado resuelve pedir su traslado y su jubilación anticipada.
Dicen que ahora vive en la ciudad de Salta
ganándose la existencia con el sudor de su frente.
Leyenda? Realidad? mito? cuantos secretos de historias reales y ficticias habrá tras esta trinchera? Cuánto misterio y qué historia! Fenómenal maestro. Hemos publicado en el grupo de Facebook Locos por la Puna donde somos algo más de 13000 miembros al que seguramente muchos leeremos y nos deleitaremos con historias como estas. Aquí el link: https://www.facebook.com/groups/locosxlapuna/permalink/10152133275076003/ . Un gran abrazo.
ResponderBorrarAxel