Cada
oficio, labor o profesión tiene su lenguaje o jerga con sustantivos y vocablos
propios. Así los militares, los marinos, los panaderos, los chorros, mineros y
desde luego los sempiternos ilusos buscadores de oro.
En
Estados Unidos estos exploradores se hicieron famosos como Fortyniners porque
la quimera del oro retratada tan magistralmente por Carlitos Chaplin arrancó en
diciembre de 1849 con el hallazgo fortuito de oro en pepas en California.
En
nuestro país el oficio de gold digger se denomina pirquinero.
La
palabra pirquinero proviene de "pirca", término quechua que designa a
una pared de piedras. Así se les llamaría a los afanosos del oro porque
construían pequeños muros de rocas para contener la arena que removían.
Y,
desde luego, el sueño de cada pirquinero es hallar él, y nadie más que él,
aquella gran pepa que lo haría millonario.
Así
fue como un grupo de amigos nuestros en la década del 80 hizo una ascensión al
Famatina y en el camino de subida se topó a orillas del río Amarillo con un
solitario lavador con quien al regreso, ya bajando, entablaron conversación. El
pirquinero anónimo les contó pormenores de su oficio y hasta confesó cual era
el rinde de sus esfuerzos.
De
regreso a Buenos Aires, los amigos montañistas comenzaron a evaluar aquél
accidental encuentro arribando a la conclusión que si el buscador les había manifestado
extraer por jornada laboral, pongamos, cuatro gramos promedio, en la realidad
su cosecha debía ser el doble. Esto, traducido a pesos, arrojaba un lucro nada
despreciable y comparable con lo que ganaban en el yugo cotidiano como
oficinistas.
Dicho,
hecho: en Buenos Aires colgaron sus pertenencias, rescataron sus ahorros y
volvieron en el primer ómnibus a Chilecito. Aquí compraron ropa, equipamiento,
provisiones y las herramientas imprescindibles, como picos, palas, zarandas,
cubetas y el indispensable sombrero chino para el lavado final.
“Cinco
pasajes en micro a Chilecito” fue el pedido en la estación de ómnibus en
Retiro, con el dinero para el boleto de vuelta como reserva intocable en la
billetera – porlas…
La
búsqueda de oro se subdivide en tres etapas: primero, la búsqueda (o compra) de
un yacimiento, el laboreo, y por fin el disfrute de las riquezas obtenidas.
En
el caso del Famatina los yacimientos accesibles para pirquineros se encuentran
en unos bolsones a ambas orillas del río Amarillo, depósitos que primero hay
que buscar, identificar y examinar. Lo ideal es que tal depósito no se
encuentre demasiado lejos del agua, hasta donde, previo zarandeo, hay que
trasportar la arena aurífera para su lavado. Trabajos duros y sacrificados:
sol, lluvias, frío, calor, pesado trabajo corporal, soledad.
La
campaña u operativo comenzó con el hallazgo de un bolsón prometedor de arena
aurífera, la búsqueda de una cueva cercana para alojarse y la construcción de
la máquina de lavar: una tolva, una canaleta de salida, una manija para hamacar
el artefacto cual la cuna de un bebé, y en el fondo de la canaleta abajo una
funda de plástico sobre la que se extiende una bolsa arpillera. El agua del
arroyo arrastra la arenilla, que es sílice y por tanto liviana, mientras el
oro, más pesado, es atrapado en el tejido del yute. El contenido de la bolsa es
finalmente llevado a la vivienda, donde el producto es lavado en el sombrero
chino, que es un plato metálico de forma cónica en cuyo fondo eventualmente
quedan atrapadas las pepitas, briznas y chispitas del metal amarillo.
Con
Marlú no tardamos en tomar la decisión de visitar a nuestros jóvenes amigos,
observar cómo es el proceso de lavado, eventualmente compartir su alegría por
el hallazgo de una fortuna y producir una buena nota periodística.
El
tema daría para mucho más: para escribir un libro a la Jack London.
Solo
algunos apuntes: los enemigos más pertinaces de nuestros amigos pirquineros
eran unos ratones que se comían absolutamente todo, no solo las municiones de
boca sino incluso pulóvers y otra vestimenta.
Cuando
los encontramos y Marlú preguntó a los pirquineros, todos muchachos jóvenes y
vigorosos, qué era lo que más habían extrañado en esos dos meses de vida
monacal entre el cielo y la tierra.
Esperábamos
una respuesta, pero nos contestaron para nuestra sorpresa algo diferente: que
mujeres, no; que lo que más antojaban eran du, du, duuulces de cualquier
índole. Les dejamos el chocolate y los caramelos que llevábamos en nuestras
alforjas de viaje.
¿Y
la gran pepa? Negativo. Deducidos los gastos, a los cinco amigos les quedaron
18, confirmo 18 gramos de oro, a repartir. Pero por tan poco habían vivido una
aventura inolvidable... e impagable.
La vivienda de los pirquineros
dentro de una cueva que originalmente había
sido el bolsón de arena
aurífera previamente vaciado por otro pirquineros.
Una carpita es un dormitorio
auxiliar. A la izquierda nuestro vehículo.
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Extracción con
pico y pala del material que contiene las pepitas y que se
vuelca sobre
una tamiz
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El zarandeado donde quedan
descartado los trozos más gruesos
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La arenilla fina con el
supuesto contenido de oro, es embolsado
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En bolsas la arena aurífera es trasportada hasta la máquina lavadora en el arroyo |
La arena
aurífera es volcada sobre un gran plástico
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La arena es volcada con una
pala a la tolva de la máquina de lavar, instalada
aguas debajo de una represita
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Uno repone
arena mientras otro hamaca la máquina
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En los pocos momentos de solaz,
en la vivienda uno de los pirquineros lava
un concentrado mientras
mantiene sobre sus piernas un sombrero
chino mientras
a la vez otro compañero cocina
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Calco en yeso
y dorada de la pepa más grande jamás hallada en la Argentina: unos siete kilos.
Pero no la hallaron
nuestros amigos, sino que fue descubierta en la Puna de Jujuy.
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