martes, 17 de junio de 2014

Los pirquineros del Famatina


Cada oficio, labor o profesión tiene su lenguaje o jerga con sustantivos y vocablos propios. Así los militares, los marinos, los panaderos, los chorros, mineros y desde luego los sempiternos ilusos buscadores de oro.

En Estados Unidos estos exploradores se hicieron famosos como Fortyniners porque la quimera del oro retratada tan magistralmente por Carlitos Chaplin arrancó en diciembre de 1849 con el hallazgo fortuito de oro en pepas en California.

En nuestro país el oficio de gold digger se denomina pirquinero.

La palabra pirquinero proviene de "pirca", término quechua que designa a una pared de piedras. Así se les llamaría a los afanosos del oro porque construían pequeños muros de rocas para contener la arena que removían.

Y, desde luego, el sueño de cada pirquinero es hallar él, y nadie más que él, aquella gran pepa que lo haría millonario.

Así fue como un grupo de amigos nuestros en la década del 80 hizo una ascensión al Famatina y en el camino de subida se topó a orillas del río Amarillo con un solitario lavador con quien al regreso, ya bajando, entablaron conversación. El pirquinero anónimo les contó pormenores de su oficio y hasta confesó cual era el rinde de sus esfuerzos.

De regreso a Buenos Aires, los amigos montañistas comenzaron a evaluar aquél accidental encuentro arribando a la conclusión que si el buscador les había manifestado extraer por jornada laboral, pongamos, cuatro gramos promedio, en la realidad su cosecha debía ser el doble. Esto, traducido a pesos, arrojaba un lucro nada despreciable y comparable con lo que ganaban en el yugo cotidiano como oficinistas.

Dicho, hecho: en Buenos Aires colgaron sus pertenencias, rescataron sus ahorros y volvieron en el primer ómnibus a Chilecito. Aquí compraron ropa, equipamiento, provisiones y las herramientas imprescindibles, como picos, palas, zarandas, cubetas y el indispensable sombrero chino para el lavado final.

“Cinco pasajes en micro a Chilecito” fue el pedido en la estación de ómnibus en Retiro, con el dinero para el boleto de vuelta como reserva intocable en la billetera – porlas…

La búsqueda de oro se subdivide en tres etapas: primero, la búsqueda (o compra) de un yacimiento, el laboreo, y por fin el disfrute de las riquezas obtenidas.

En el caso del Famatina los yacimientos accesibles para pirquineros se encuentran en unos bolsones a ambas orillas del río Amarillo, depósitos que primero hay que buscar, identificar y examinar. Lo ideal es que tal depósito no se encuentre demasiado lejos del agua, hasta donde, previo zarandeo, hay que trasportar la arena aurífera para su lavado. Trabajos duros y sacrificados: sol, lluvias, frío, calor, pesado trabajo corporal, soledad.

La campaña u operativo comenzó con el hallazgo de un bolsón prometedor de arena aurífera, la búsqueda de una cueva cercana para alojarse y la construcción de la máquina de lavar: una tolva, una canaleta de salida, una manija para hamacar el artefacto cual la cuna de un bebé, y en el fondo de la canaleta abajo una funda de plástico sobre la que se extiende una bolsa arpillera. El agua del arroyo arrastra la arenilla, que es sílice y por tanto liviana, mientras el oro, más pesado, es atrapado en el tejido del yute. El contenido de la bolsa es finalmente llevado a la vivienda, donde el producto es lavado en el sombrero chino, que es un plato metálico de forma cónica en cuyo fondo eventualmente quedan atrapadas las pepitas, briznas y chispitas del metal amarillo.

Con Marlú no tardamos en tomar la decisión de visitar a nuestros jóvenes amigos, observar cómo es el proceso de lavado, eventualmente compartir su alegría por el hallazgo de una fortuna y producir una buena nota periodística.

El tema daría para mucho más: para escribir un libro a la Jack London.

Solo algunos apuntes: los enemigos más pertinaces de nuestros amigos pirquineros eran unos ratones que se comían absolutamente todo, no solo las municiones de boca sino incluso pulóvers y otra vestimenta.

Cuando los encontramos y Marlú preguntó a los pirquineros, todos muchachos jóvenes y vigorosos, qué era lo que más habían extrañado en esos dos meses de vida monacal entre el cielo y la tierra.

Esperábamos una respuesta, pero nos contestaron para nuestra sorpresa algo diferente: que mujeres, no; que lo que más antojaban eran du, du, duuulces de cualquier índole. Les dejamos el chocolate y los caramelos que llevábamos en nuestras alforjas de viaje.

¿Y la gran pepa? Negativo. Deducidos los gastos, a los cinco amigos les quedaron 18, confirmo 18 gramos de oro, a repartir. Pero por tan poco habían vivido una aventura inolvidable... e impagable.
 
La vivienda de los pirquineros dentro de una cueva que originalmente había
sido el bolsón de arena aurífera previamente vaciado por otro pirquineros.
Una carpita es un dormitorio auxiliar. A la izquierda nuestro vehículo.

 
Extracción con pico y pala del material que contiene las pepitas y que se
vuelca sobre una tamiz

 
El zarandeado donde quedan descartado los trozos más gruesos

 
La arenilla fina con el supuesto contenido de oro, es embolsado

 
En bolsas la arena aurífera es trasportada hasta la máquina lavadora en el arroyo

 
La arena aurífera es volcada sobre un gran plástico

 
La arena es volcada con una pala a la tolva de la máquina de lavar, instalada
aguas debajo de una represita

 
Uno repone arena mientras otro hamaca la máquina


En los pocos momentos de solaz, en la vivienda uno de los pirquineros lava
un concentrado mientras mantiene sobre sus piernas un  sombrero chino mientras
a la vez otro compañero cocina

Calco en yeso y dorada de la pepa más grande jamás hallada en la Argentina: unos siete kilos.
Pero no la hallaron nuestros amigos, sino que fue descubierta en la Puna de Jujuy.
 
 

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